Otro campeón olímpico sale del clóset

“¿Es suficiente ser el mejor del mundo para ser aceptado?”. Con esa frase, el campeón mundial de esquí acrobático por quinto año consecutivo, Gus Kenworthy, salió del armario en una entrevista para la revista ESPN.

La frase aparece junto con su foto en la portada, que el atleta tuiteó con apenas tres palabras en inglés: “I am gay”. Kenworthy está en el mejor momento de su carrera deportiva y obtuvo el año pasado la medalla de plata en esquí estilo libre en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, celebrados en Rusia, donde la homosexualidad es perseguida por el régimen autoritario de Vladimir Putin.

Nacido en Gran Bretaña, hijo de una inglesa y un norteamericano, vive en Denver, Colorado, uno de los estados donde el matrimonio gay ya era reconocido y contaba con una aprobación del 60% en las encuestas cuando la Corte Suprema de los Estados Unidos lo legalizó en todo el país.

Kenworthy contó a ESPN que, cuando compitió en Sochi y ganó la medalla de plata, pensó en besar a su novio frente a todos después de la carrera. “Habría sido un silencioso fuck you a las leyes homofóbicas rusas”, se imaginaba, pero reconoce que, cuando llegó el momento, no se animó, y eso hizo que no terminara de sentirse orgulloso por la medalla que había conquistado: no podía dejar de pensar en lo que no había podido hacer. Cuando los medios lo entrevistaron, llegó a mentir cuando le preguntaron de qué persona famosa se enamoraría, mencionando a una mujer: la actriz y cantora Miley Cirus.
No, no se enamoraría de ella, pero la pregunta lo perseguía desde siempre.

Un deportista exitoso y encima atractivo tenía que ser también exitoso con las mujeres, tenía que salir con las chicas más calientes, como buen macho alfa, porque era lo que se esperaba de él. ¿Cómo sobrevivir, si no, en ese ambiente lleno de testosterona y machismo? Pero la idea de tener que acostarse con una mujer sólo para aparentar ante los demás le daba ganas de llorar.

La primera vez que compitió, a los 19 años, los periodistas querían conocer a las novias de los deportistas, las cámaras siempre las enfocaban y las revistas querían fotografiarlas, y cuando le preguntaron se quedó sin reacción y apenas consiguió responder: “No, no girlfriend”.

Pero “No girlfriend” no era una respuesta posible en su mundo. Los periodistas siempre preguntaban, al igual que sus colegas, y él nunca se animaba a decir la verdad, aun cuando estuviera de novio y su chico estaviera entre el público, aplaudiéndolo anónimamente como uno más, sin que nadie supiera, sin que las cámaras lo enfocaran como a las chicas de sus compañeros.

Las energías que gastaba mintiendo lo estresaban al punto de afectar su rendimiento deportivo y está convencido de que hubo torneos que perdió por ese motivo. Por eso y por los comentarios homofóbicos, todo lo que se dice en los vestuarios, en la convivencia con los que no saben ni se imaginan.

Una vez su fisioterapeuta le dijo que no podía ni siquiera imaginarse conversando con un homosexual toda la noche, y él pensaba: “Conversaste con uno dos horas por día, cuatro veces por semana, durante siete meses”. Pero no lo dijo. Ser gay en el armario en un ambiente donde “maricón” es un insulto que se dice todo el tiempo es como ser invisible a los ojos de los demás: los otros dicen cosas que lastiman sin saber que estás ahí, escuchando. Y tenés que oírlos y callar una y otra vez, aunque seas el campeón del mundo, aunque colecciones medallas, aunque salgas en las tapas de las revistas, aunque ya le hayas dado la mano al mismísimo Barack Obama y tengas el patrocinio millonario de marcas como Nike, Atomic, GoPro y Monster. Igual te tenés que callar. “¿Es suficiente ser el mejor del mundo para ser aceptado?”, se preguntaba.