Un pueblo se convierte en atractivo turístico por su… ¡limpieza!
Un pueblo remoto del noreste de la India, uno de los países más contaminados del mundo, atrae diariamente a centenares de turistas, no porque cuente con importantes monumentos históricos ni una destacable cultura gastronómica, sino, simplemente, por estar limpio.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Delhi es la capital con el ambiente más sucio del mundo y 13 de las 20 ciudades más contaminadas se encuentran en la India, cuyo problema con la suciedad es tal que el primer ministro, Narendra Modi, ha tenido que poner en marcha una campaña nacional de limpieza masiva.
En contrapunto, el pueblo de Mawlynnong, con sus impolutos caminos, coloridos jardines y apenas un centenar de viviendas, está tan limpio que ha sido apodado como «El jardín del mismo Dios», tal y como indica el orgulloso cartel que da la bienvenida al lugar.
La explanada en la que se ubica la señal está desierta cuando el sol comienza a elevarse, el silencio roto únicamente por el murmullo ocasional de las mujeres que parten a trabajar el campo.
En cuestión de un par de horas, no obstante, el lugar estará abarrotado de autobuses, todoterrenos de compañías turísticas y puestos de patatas fritas, refrescos y recuerdos.
Todos quieren ver con sus propios ojos la localidad que panfletos turísticos y documentos gubernamentales describen como «la aldea más limpia de Asia», título que le fue otorgado por la revista Discover India en 2003.
La locura turística se desató apenas un año después del reconocimiento, con la construcción de la carretera que da acceso al pueblo, explicó a Efe el guía Philip Carton Khongliang.
«Antes nadie lo visitaba», afirmó el joven.
Sin embargo, el amor por la limpieza ya corría por las venas de los lugareños hace «tres o cuatro generaciones», cuando los «mayores» de Mawlynnong comenzaron a esforzarse en mantener sus casas limpias.
Los esfuerzos se extendieron más tarde a «los alrededores» y el pueblo acabó por convertirse en un lugar «respetuoso con el medioambiente».
Según una nota explicativa en la casa de huéspedes comunitaria que los vecinos han construido ante la creciente afluencia de visitantes, la transformación de la localidad en un lugar turístico se inició gracias al impulso de un modesto proyecto personal promovido por un profesor local y un clérigo.
La casa, gestionada por Khongliang, conforma, junto a un puñado de viviendas particulares, la oferta hotelera de este improbable paraíso turístico.
En los últimos dos años, el proceso de adaptación del pueblo a su nuevo estatus ha hecho que se pavimenten los caminos y que se incorporaron tramos iluminados con energía solar al alumbrado público.
No obstante, los lugareños, que también reciclan religiosamente los desperdicios, no están dispuestos a comprometer la limpieza de sus tierras a causa del turismo.
Las normas son claras y han de ser respetadas, desde la regla básica que prohíbe «estrictamente» tirar basura hasta las más elaboradas que limitan el uso de las papeleras a pieles de frutas y envoltorios de «pequeños» refrigerios.
Todas ellas aparecen perfectamente enumeradas en un enorme cartel a la entrada del pueblo, en el que se advierte, además, de que los infractores serán castigados con multas o entregados a la Policía en los casos «más serios».
Khongliang dice que los vecinos actúan como una suerte de «policía moral», aconsejando a los turistas cómo mantener la limpieza, y asegura que sólo si «no prestan atención» se convoca una reunión del dorbar, el órgano de administración local, para decidir la multa.
Para evitar tentaciones, los caminos están plagados de papeleras hechas con los mismos cestos de bambú que las tribus locales utilizan para transportar leña.
Pocas horas después de salir el sol, decenas de vehículos se amontonan en el antes desierto descampado y gran número de turistas pasean entre la casas de bambú y madera ensimismados con la limpieza del lugar.
Como si se tratase de un museo al aire libre, algunos se aventuran en los jardines para retratar las flores con sus cámaras de última generación.
Los niños, impasibles ante la curiosa mirada de los visitantes, juegan a hacer rodar sus aros con un palo.
El gobernador de Meghalaya, estado al que pertenece Mawlynnong, escribió a Modi el pasado octubre para contarle la historia del insólito pueblo limpio.
«Todo esto nos infunde confianza en que nuestro país se volverá limpio a través de los esfuerzos de los conciudadanos», aseveró entonces el primer ministro en su programa de radio mensual.
Fuente: Locomundo
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