En 1992, cuando el equipo de *Mi pobre angelito 2: Perdido en Nueva York* puso la mira en el lujoso Hotel Plaza para la gran aventura de Kevin McCallister en Manhattan, se toparon con una condición inquebrantable: Donald Trump. En ese momento, Trump era dueño del hotel y era bien conocido por disfrutar tanto de los reflectores como del negocio inmobiliario. Así que cuando el estudio pidió permiso para filmar en el vestíbulo, Trump, según se cuenta, sonrió y dijo: “Solo si aparezco en la película.” Los cineastas aceptaron, y el resto se convirtió en una anécdota legendaria del cine.

En la ahora famosa escena, el joven Kevin, interpretado por Macaulay Culkin, entra al dorado Plaza luciendo perdido en la gran ciudad. Se detiene frente a un hombre elegantemente vestido y le pide indicaciones. ¿Ese hombre? El propio Donald Trump, señalando con seguridad hacia el pasillo. Dura apenas unos segundos, pero se convirtió en uno de los cameos más comentados de la película: una mezcla surrealista de Hollywood y el poder neoyorquino cruzando caminos.

Años después, tanto Culkin como el director Chris Columbus recordaron el momento con humor. Admitieron que el cameo no estaba pensado para quedarse, pero al público le encantó. Trump, siempre el empresario, había encontrado otra forma de convertir la propiedad en oportunidad.

Décadas antes de la presidencia, antes de la política, hubo un niño perdido, un hotel emblemático y un trato astuto que garantizó que el nombre de Donald Trump quedara grabado no solo en el mundo inmobiliario, sino también en la historia del cine navideño.