El libro que prueba científicamente la existencia de Dios
El debate sobre la compatibilidad entre la fe y la razón o la ciencia, o el carácter innecesario de dicha discusión, es eterno, pero ahora Olivier Bonnassies y Michel-Yves Bolloré publicaron en Francia el libro que ahora ve la luz en España. Se trata de «Dios. La ciencia. Las pruebas. El albor de una revolución» (Editorial Funambulista, 2023).
La obra se convirtió en un «best seller». Vendieron 250.000 ejemplares y corrieron ríos de tinta al respecto. Bonnassies es licenciado en Politécnica, tiene una licenciatura por el Instituto Católico de París, y es fundador de «Aleteia», una de las web católicas más importante del mundo. Bolloré es ingeniero informático y empresario.
El libro viene, además, con dos prólogos contundentes. Uno es de Robert W. Wilson, premio Nobel de Física, y otro, pensado para la edición española, firmado por Elvira Roca Barea, la conocida autora de «Imperiofobia y leyenda negra» y confesa «agnóstica respetuosa».
La polémica en Francia se produjo porque el libro muestra la ciencia como un campo de batalla entre la fe y las leyes de la física. En ese pulso, dicen los autores, comenzó ganando el materialismo, pero ahora empieza a demostrarse que no es posible explicar el Universo sin recurrir a Dios. He aquí la polémica.
Los autores aportan lo que entienden como pruebas científicas de la existencia de Dios, al tiempo que hablan de la derrota del materialismo en su batalla contra la fe. Así, frente a los que aseguran que la creación no necesitó intervención divina, Bonnassies y Bolloré insisten en que se van acumulando las pruebas de la existencia de un Dios creador.
La composición del libro es singular. Los autores confiesan que han contado con la ayuda de veinte especialistas durante tres años.
El esquema explicativo es en apariencia sencillo. El declive de la fe a manos del materialismo comenzó con Copérnico y el heliocentrismo en 1543. Siguió con Galileo y Newton en el siglo XVII, que confirmaron la centralidad del Sol y la teoría de la gravedad.
El asunto empeoró con Buffon, que en 1787, supo datar la edad de la Tierra. Si el planeta tenía 50.000 años, como dijo, aquello no encajaba con los 6.000 años que decía la Biblia. La historia del Dios creador relatado en el Génesis se desmoronaba
A esto le siguió el siglo XIX, el de la revolución científica. Laplace estableció el determinismo matemático para explicar la evolución, que Lamarck concluyó poco después. Luego Darwin dijo que el hombre descendía del mono, con lo que no estaba hecho a imagen y semejanza de Dios. La discusión entre evolucionistas y creacionistas, asunto que todavía existe en Estados Unidos, fue muy dura y larga.
Después llegó Karl Marx, dicen los autores, con su materialismo histórico, que introducía de nuevo el determinismo matemático en la evolución humana.
Al tiempo, el marxismo fue una ideología que sostenía que la religión era el opio del pueblo, un engañabobos burgués, y sobre ella se construyó el imperio comunista que dominó buena parte del siglo XX.
Por cierto, Yuri Gagarin, el cosmonauta ruso, nunca dijo «No veo a Dios». Lo inventó la propaganda soviética. Por último, los autores citan a Sigmund Freud, tan influyente desde la década de 1920, que sostuvo que Dios era una representación psicológica del padre y, por tanto, la demostración de una carencia.
A partir de aquí, Bolloré y Bonnassies cuentan la aparición de las pruebas científicas que demuestran la existencia de Dios.
El objetivo es contraponer la idea de que el Universo es exclusivamente material, dirigido por las leyes de la física, a la idea de que hay un Dios creador. Si todo es material no hay deidad posible, la fe no tendría sentido porque se basaría en una invención, y, por supuesto, no habría vida más allá de la muerte. Es por esta razón que la mayor parte del libro está dedicada al Big Bang y sus implicaciones.
La prueba principal es demostrar que el Universo tuvo un comienzo, tras el cual estaría Dios. Los autores empiezan con los principios de la termodinámica. Si el cosmos, dicen, tiene un final cuantificable en el tiempo, como dijeron Helmhotz y Lord Kelvin entre otros científicos, es que tuvo un inicio. Fue así como Arthur Eddington dio en 1928 con una «flecha del tiempo» para la evolución del Universo, y mientras la entropía de Boltzmann deshizo el determinismo de Laplace.
En consecuencia, no todo era predecible por la matemática. A esto se sumó la teoría del Big Bang como origen del Universo, del sacerdote y astrólogo belga Georges Lemaître, que se confirmó en 1964 con la radiación, y que echó por tierra definitivamente la idea del Universo eterno. Los defensores de esa eternidad sacaron entonces la idea del Big Crunch, basada en una sucesión de ciclos que explicarían la expansión y contracción del Universo. Pero en 1998, Perlmutter, Schmidt y Riess, con la teoría de la relatividad de Einstein de fondo, demostraron que la expansión universal se acelera, descubrimiento que les valió el Premio Nobel de Física en 2011.
Hasta aquí la historia de una batalla que, en opinión de los autores, va ganando la fe, en lo que llaman «el albor de una revolución» en la concepción de la vida con Dios. Las pruebas aportadas, dicen Bonnassies y Bolloré, desmienten que el Universo sea eterno y que el paso de lo inerte a lo vivo sea producto del azar.
El resto del libro tiene dos partes interesantes. Una es la que dedican a recoger los testimonios de científicos sobre el Dios creador. Especial interés tiene el capítulo dedicado a Albert Einstein, diciendo que se han tergiversado las palabras del científico cuando dijo «Dios no juega a los dados con el universo» y su «Carta a Dios». Lo mismo el dedicado al matemático Gödel, que mostró que en todo sistema científico coherente hay proposiciones verdaderas pero indemostrables, lo que era un golpe al materialismo.
La última parte de la obra de Bonnassies y Bolloré se titula «Las pruebas al margen de la ciencia», centrada en los milagros, las profecías y las revelaciones. Aquí cuentan que los hebreos eran el único pueblo, por designio divino, que sabía hace 3.000 años que el Sol solo era un astro, o detallan el milagro de Fátima. En suma, un libro interesante cuya lectura, siempre amena y sencilla, explica el éxito en Francia.
y este, el nuestro, no es el único, sino que existen varios universos de realidades paralelas. Lo vemos ahora en las películas de Marvel. El concepto de multiverso fue creado en 1895 por William James, un psicólogo.
Al respecto se han elaborado muchas teorías. La más conocida es la teoría de la inflación eterna de Stephen Hawking, con un número infinito de universos paralelos con la que, por tanto, el Big Bang se queda corto.
Las teorías del multiverso, apuntan Bonnassies y Bolloré recogiendo el testimonio de Robert Laughlin, Premio Nobel en 1998, es que son especulaciones no refutables ni demostrables, que la gente acepta «por razones ideológicas» fundadas en la negación del hecho creador de Dios.
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